Los 'enmascarados' del arte callejero cambian la marginalidad por el estrellato - El francés Blek le Rat edita lujosos libros. A otros 'grafiteros' les condenan por vándalos
JOAN M. OLEAQUE / P. TUBELLA - VALENCIA / LONDRES - 18/07/2008
"Es un hecho: si yo hago ratas, él también; si yo hago un Cristo, él también". Lo constata Blek le Rat, el hombre que ya en el año 81 impulsó el graffiti europeo. Lo hizo a través del dibujo figurativo a tamaño natural, del contenido social y del uso sobre la pared de plantillas rociadas con spray. Básicamente, lo mismo que, más de 20 años después, haría otro grafitero: el inglés Banksy, que ha alcanzado la máxima fama realizando acciones estrambóticas y manteniendo el anonimato, una mercadotecnia magnífica.
"Esto debe ser un grito sociopolítico, algo que impacte", dice Blek le Rat
"En la calle has de ser muy rápido, la policía está por todos lados"
Una de sus obras más conocidas es un David armado con kalashnikov
"A los 'grafiteros' no les dejaron entrar dentro de la Tate", lamenta el artista
En Nueva York, en una subasta benéfica, una pintura conjunta de él y Damian Hirst llegó al millón de euros. Angelina Jolie y Brad Pitt, como tantos otros ricos, le adoran. Y cuanto Banksy más critica el sistema, más dinero gasta éste en comprar todo lo que él pinta.
En Bristol, donde parece ser que Banksy nació hace 35 años -y quien, según el rotativo londinense The Mail On Sunday, se llamaría en realidad Robin Gunningham, un ex alumno de la escuela pública criado en un barrio de clase media, aunque con ésta ya van varias identificaciones del grafitero enmascarado- se borran todos los graffiti de los vagones de tren, excepto los suyos.
"Me pasa como a todos, no le he visto nunca la cara, no le he tratado", explica Blek le Rat, a punto de cumplir los 57 años y con un largo historial de graffiti borrados y problemas policiales en su haber. "Evidentemente, él es mucho más conocido que yo, y sus huellas están por todas partes", añade, sopesando cada palabra. "Pero bueno", acepta, "Banksy ha dicho varias veces que está muy influido por mí y eso provoca que la gente vuelva sus ojos hacia lo que hago".
Quizás por eso despertó interés especial la participación de Le Rat en el Cans Festival, una reciente exposición sobre arte callejero organizada por Banksy en un túnel bajo la estación londinense de Waterloo. "Cuando uno se hace mayor se vuelve más artístico", comenta Le Rat por teléfono desde París, la ciudad donde nació. "Sin embargo, este trabajo aún debe ser un grito sociopolítico, algo que atrone, que impacte".
Pero ¿puede aplicarse este discurso a algo que hoy pirra a las modelos y a los galeristas? "Sí", insiste con un fuerte acento francés, "sigue teniendo una fuerza revulsiva". "Hasta ahora sólo la Tate Modern de Londres se ha atrevido a ceder su fachada para los artistas callejeros", se queja. Se refiere a la muestra Street Art, una iniciativa para la que, durante este verano, el muro delantero del museo se ha cubierto con el trabajo de distintos artistas callejeros (entre ellos el español Sixeart). "No han dejado entrar a los grafiteros dentro; es como decirles: mirad, con la parte de fuera, ya tenéis bastante".
Le Rat siempre ha intentado dar la vuelta a los primeros dibujos callejeros que él vio, y que le impactaron. "Fui a Italia con mis padres y en las paredes de Padua me topé con dibujos de Mussolini. Estaban hechos con una plantilla que recortaba el perfil del dictador, y luego habían pintado sobre ella en la pared". "Se trataba de vestigios fascistas", recuerda, "pero eran graffiti puro".
Con el tiempo, ese niño, que se llamaba Xavier Prou, estudiaría arquitectura, se encontraría solo e intentaría usar aquella vieja técnica de graffiti para comunicarse y criticar lo que odiaba del mundo. Encontró su vocación en las pintadas callejeras, "que llegan a todos". Conoció el graffiti americano, pero su técnica le pareció demasiado laboriosa. "En la calle debes ser muy rápido", insiste, "la policía está por todos lados, si estás más de cinco minutos pintando, te pilla".
Y prosigue: "La técnica de pintar sobre plantilla de los fascistas era muy rápida, y me dije: ¿por qué no usarla con otro fin?". Casi con el contrario. Empezó a pintar ratas por todo París como el reflejo oscuro de nuestra civilización. Xavier Prou se transformó en Blek le Rat, y experimentó con los dibujos tenebristas a tamaño natural. Soldados, policías, pordioseros, pasajeros en tránsito, ovejas, iconos incómodos como Lady Di. Viajó por Europa -España incluida- y siguió a América.
Él se convirtió en una leyenda en los círculos del arte urbano, pero no más que en una sombra fuera de ellos: lo inquietante de sus propuestas no casaba bien con la promoción personal. Sus imitadores se hicieron legión. Pero encontró incomprensión por algunas de sus obras, como un David de Miguel Ángel protegiéndose con un Kaláshnikov: una cercanía personal con Israel que siempre ha estado mal vista por otros grafiteros. Y los problemas con la ley arreciaron. "He tenido juicios en Francia, he pagado multas grandes, he estado en prisión en varios países", rememora. "Ahora mismo sólo pinto en espacios en los que puedo intervenir sin problema, aunque eso implique una pérdida de espontaneidad", reconoce.
Sin embargo, parece estar viviendo un momento dulce. Como él mismo ha dicho, el gran éxito de Banksy ha acabado poniéndole en el mapa. Su esposa, Sybille Prou, es la gran responsable de Getting through the walls (ediciones Thames & Hudson), un cuidado libro ilustrado -el primero del que es objeto exclusivo- que analiza la vida y obra de su marido, y que ya ha funcionado muy bien en Reino Unido.
"Allí se vendieron 10.000 ejemplares durante la primera semana", comenta, "pero en Francia no superó los 1.600 ejemplares".
El libro Getting through the walls, de Sybille Prou y King Adz, está editado por Thames & Hudson; puede conseguirse en librerías especializadas de Madrid y Barcelona por 22 euros, o vía online a través de www.thamesandhudson.com.
Cárcel y galería de arte
Mientras, la orilla sur del río Támesis se ha erigido este verano en escenario vivo de un enconado debate en torno al llamado arte callejero (street art): la fachada de la Tate Modern luce con orgullo esos murales de seis reputados artistas urbanos en el mismo barrio londinense donde un grupo de grafiteros acaban de ser condenados a penas de cárcel, precisamente por dedicarse a embadurnar propiedades ajenas.
Andrew Gillman, de 25 años, es tildado por sus defensores como uno de los artistas del graffiti más prolíficos de Inglaterra. Al frente de su grupo Tripulación DPM (DPM Crew) y spray en mano, ha decorado unas 120 localizaciones en Londres, Liverpool o Manchester entre enero del 2004 y junio del 2006. El pasado día 15, el juez Christopher Hardy le imponía una pena de dos años de prisión, que rebajaba a 18 meses para los otros siete integrantes de su equipo. El sello que dejaron en edificios, estaciones e incluso trenes -desde su propia firma, DPM, hasta declaraciones de amor que Gillman dedicó a su novia- ha supuesto un perjuicio económico para el contribuyente que supera los 1,2 millones de euros, según la sentencia, que alude a "una campaña para dañar la propiedad a escala industrial".
Gillman adujo durante el juicio que "los trenes son lienzos en movimiento", y bien es cierto que el juez le reconoció "un cierto talento artístico", pero en su dictamen pesó más la conclusión de que ensuciar la propiedad de otros sin consentimiento equivale a vandalismo.
De ser así, la exposición que una galería neoyorquina (Anonymus Gallery Project) inaugura la próxima semana estará entonces dedicada al arte de los vándalos, porque sus paredes preparan el despliegue de copias de la producción de DPM.
Acompañada de enormes fotografías de los ocho reos, la muestra pretende ahondar en la polémica de si se trata de criminales o artistas. La respuesta está clara para la artista americana Eluda Emerald, implicada en la exhibición de Nueva York: "Los artistas que pintan en las calles simplemente buscan una forma de expresión". Los responsables municipales de Greenwich y Tower Hamlets (Londres) coinciden con esa apreciación, puesto que en su día contrataron a integrantes de DPM como tutores de un proyecto de arte callejero destinado a los jóvenes.
Incluso entre aquellos que estiman razonable poner un cierto coto al desenfreno grafitero, la imposición de penas de cárcel aparece excesiva. "Es cierto que mi hijo Ziggy (uno de los condenados por el juez Hardy) se ha declarado culpable de un delito de vandalismo público, pero éste no ha implicado violencia, terrorismo, cuchillos o drogas", declaraba su padre, el profesor Gedis Grudzinskas.
Llama la atención que la dureza de la condena sólo haya merecido una discreta cobertura de la prensa (tan sólo The Independent le dedicó una doble página), cuando el Reino Unido vive una verdadera obsesión por el artista de graffiti más célebre de todos los tiempos, conocido como Banksy, quizá porque encarna un tremendo negocio, cuya cotización ya alcanza los centenares de miles de libras: 208.000, concretamente, fue el precio de adjudicación de un graffiti suyo subastado recientemente en Internet.