jueves, 27 de agosto de 2009

Repóquer de damas (del jazz)

Eclécticas y comerciales, una nueva generación de cantantes reclama su lugar en la historia

Las grandes damas siempre han cantado conscientes del mestizaje. Estas nuevas, más pendientes de los mercados, más preparadas para crear productos que tienen como objetivo proporcionar serenidad y placer a los compradores maduros de clases medias, puede que resulten más frías. Pero no por eso más alejadas del talento.

Bridgewater: "Ya tenemos nuestra tradición, ya somos música con historia"

Krall: "Cuando oigo a Sinatra me planteo todo lo que nos queda por aprender"

Unas crecieron y aprendieron entre las iglesias y los clubes, las actuales no desprecian la calle y el bullicio, lo exploran, pero se han formado más a fondo en los conservatorios. Aun así, no es lo mismo el toque de sofisticación que envuelve a Diana Krall que el compromiso con la música callejera de Peyroux. Tiene poco que ver el ambiente musical en el que creció Norah Jones, hija del maestro indio del sitar Ravi Shankar, con otros más académicos, por los que más o menos han pasado casi todas. Como también han integrado los coros gospel de sus iglesias, caso de la propia Jones o Lizz Wright, donde aprendieron que cantar era una pura y liberadora expresión de las alegrías y las penas del alma.

Dee Dee Bridgewater, maestra de las voces (cantante underground en los setenta y una verdadera estrella en Francia hoy), se explica: "Ya tenemos nuestra tradición, ya somos una música con historia. Nuestros músicos afroamericanos son los Mozart y los Beethoven de Estados Unidos", comenta esta cantante nacida en Memphis, en 1950, que ha rendido sus tributos a Fitzgerald, a Horace Silver y prepara uno para Billie Holiday en igual medida que ha probado a fondo sus influencias africanas en Malí y ha revitalizado a los clásicos de la canción francesa en el maravilloso J'ai deux amour.

Bridgewater tiene voz, carácter y discurso. Pero lo que la caracteriza es una búsqueda constante, propuestas arriesgadas, nuevas lecturas de los clásicos. Cree que las nuevas generaciones femeninas del jazz vienen con ganas, pero tienen que enfrentarse a varios problemas. "Es más difícil explorar como se hacía en los años treinta, cuarenta, cincuenta, pero hay que intentar abrir nuevos caminos. Lo malo es cuando las cosas suenan a copia. El público se merece un estilo, una personalidad", comenta.

Es complicado cuando las bases y la creatividad precedentes han sido tan fuertes. Pero las nuevas estrellas del jazz cuentan con un acervo que va más allá del género, se baña en las profundas aguas de la cultura pop y toman el sol bajo la luminosidad hippy de Janis Joplin, Carole King o Joni Mitchell.

Aun así les resulta difícil deshacerse de la sombra de genios como Holiday. En el caso de Peyroux, mucha gente comenta su parecido vocal. Ella también lo admite: "Holiday ha sido siempre una gran influencia, quizás demasiado fuerte", cuenta la cantante estadounidense con una sincera transparencia. En su último trabajo, Bare Bones, totalmente compuesto por ella con un completo apoyo del productor Larry Klein (ex marido de Joni Mitchell y artífice del sonido de esta generación), ha tratado de escaparse un tanto de ese parecido. Pero lo cierto es que en otros, como el fascinante Careless Love, el eco de Holiday que sonaba resultaba insoslayable.

Peyroux tiene muchísimas cualidades. Atrapa, sorprende en muchas facetas. Siempre sabe hacer valer ese cosmopolitismo nómada de quien nació en Georgia pero creció en el neoyorquino Brooklyn ("de ahí soy, sobre todo", confiesa ella), y también en California y París. De hecho fue en Francia donde comenzó a fascinarse con los músicos callejeros en el barrio latino en París. Algo que rápidamente probó, guitarra en mano. "Cantar en la calle me ha ayudado mucho. Me ha hecho mucho más espontánea. Me ha quitado miedo", asegura.

Son influencias que llegan, quedan, vuelan con ellas. Como ahora la música brasileña en el último y muy redondo trabajo de Diana Krall. Quiet Nights, un sentido homenaje a sus ídolos Joao Gilberto, Vinicius de Moraes o Antonio Carlos Jobim. Y eso que Krall viene del frío. De las costas canadienses de la isla de Nanaimo, lejos de Nueva Orleans, cierto, pero crecida en el seno de una familia cuya abuela era intérprete de jazz.

Krall ha querido varias veces huir de la etiqueta "cantante de jazz". Ella se considera "músico", a secas. Cree que las generalizaciones empequeñecen y más vale huir de ellas. Entre otras cosas, no le vienen bien a su faceta de gran pianista. Pero no reniega de la tradición. En absoluto. "Me siento heredera de algunas grandes, como Peggy Lee. Fue algo que una vez me dijeron al compararme con ella y que por supuesto tomo como un elogio", asegura. Ambas son y han sido dos rubias blancas que conquistaron un lugar consagrado a la música negra. Como Chris Connor, Anita O'Day , Hellen Merrill o Blossom Dearie. No tan outsider resulta Krall, en todo caso, cuando ha cantado para el presidente Obama en los fastos de su nombramiento.

Sobre el presente, Diana Krall es optimista y humilde. No cree que nadie pueda superar cotas de modernidad del pasado. "Escucho a Charlie Parker, a John Coltrane y pienso: ¡Dios mío! ¡Cómo eran de modernos! En cuanto a los cantantes que nos dedicamos a esto ahora... De acuerdo, puedo contar algunos y algunas muy buenos. Pero cuando oigo atentamente a Sinatra me planteo todo lo que todavía nos queda por aprender".Quizás no han tenido la vida agitada de Billie Holiday. Pero han buceado dignamente en la memoria de su voz rota. Puede que ninguna de ellas alcance la perfección absoluta de Ella Fitzgerald. Y sin embargo respetan su figura como la de una diosa. Algunas pueden llegar incluso a soñar con la versatilidad de los registros y la calidez de Sarah Vaughan. Pero se parecen más en su sentido práctico a Dinah Washington y son también hijas del sano eclecticismo que caracterizó siempre a la inconformista Nina Simone. Lo que une a Madeleine Peyroux, Diana Krall, Lizz Wright, Norah Jones, Cassandra Wilson (más veterana) o Esperanza Spalding (que además toca el contrabajo) es que acaso formen la primera generación de grandes voces digna de llamarse así desde los cincuenta. Más comerciales, más eclécticas y con menos carácter que aquéllas, pero también menos acomplejadas que las que las precedieron en los sesenta, setenta y ochenta, que vivieron arrinconadas por cuestiones políticas (Abbey Lincoln), por falta de personalidad o, simplemente, por brillar como aislados destellos en la noche oscura (Sheila Jordan o Dianne Reeves).

Hoy, este tipo de música no es el sonido de humo y metal que solía ser el jazz en su estado puro. Pero cabe preguntarse algo. ¿Cuándo el jazz, ese arte mestizo y callejero, ese sonido del alma, el amor, la risa y el sufrimiento, ha sido algo puro? El verdadero gen de esa música es la impureza, el origen bastardo que le da la constante frescura, la improvisación, el variable estado de ánimo.

CINCO DISCOS PARA UNA GENERACIÓN DE VOCES

De una calle de París

- M. Peyroux. Dreamland (1996). Fue el primer destello de una voz joven con bastantes vivencias como para poder entonar la tristeza. Después de esto, desaparecería durante casi 10 años.

El gran éxito

- Norah Jones. Hija del Ravi Shankar, la cantante barrió con su primer disco, Come away with me (2002): 20 millones de copias y 8 premios Grammy. Después, nada volvió a ser lo mismo en un Starbucks.

La nueva Ella

- Lizz Wright. Salt (2003) confirmó el talento, entre el folk y el jazz, de esta voz única. Su padre era predicador y su madre cantaba gospel. Ecos de Nina Simone y Sarah Vaughan.

La voz del piano

- Diana Krall. La cara (y la voz) más reconocible del grupo. Pianista canadiense, Quiet nights (2009) es solo la última demostración del talento versátil y comercial de la mujer de Elvis Costello.

Futuro brillante

- Esperanza Spalding. A sus 23 años es lo que su nombre (y el de su último álbum, de 2008) indica. La cantante y bajista, dotada de un insólito talento instrumental, es una sólida apuesta de futuro.