lunes, 25 de mayo de 2009

El auto de fe que acabó con el humanismo


http://www.elmundo.es El Mundo
Eva Díaz Pérez Sevilla

Actualizado domingo 24/05/2009 18:14 horas

Los paisajes no son inocentes. En las ciudades hay dimensiones invisibles con capacidad para el recuerdo. Por eso, al pasar por lugares históricos percibimos un temblor, un aire diferente, una vibración sutil que nos anuncia que atravesamos espacios cargados de historias.
Hace 450 años, Sevilla se convirtió en escenario de crueles estampas históricas con la celebración del primer auto de fe contra los herejes protestantes descubiertos en el Monasterio de San Isidoro del Campo en Santiponce y en una tertulia que se reunía en la casa de una dama llamada Isabel de Baena en la que también se leían libros prohibidos por la Iglesia Católica.
Precisamente, el Monasterio de San Isidoro del Campo ha recordado esta semana la efeméride de los 450 años de aquel auto de fe en el que perecieron varios de los monjes que formaban parte del cenobio, como el mismo prior, Garci Arias, el maestro blanco, conocido así por ser albino.
Cualquier estampa histórica de aquel tiempo nos serviría para pasear por esa Sevilla que asiste fascinada a la ceremonia macabra. De hecho, podemos notar el olor de las tahonas con pan caliente; de tabernas de las que escapa el humazo de unas cazuelas de puerco, ajos macerados y vino caliente; de buhoneros que espantan con su hedor a manteca rancia y estiércol y hasta de las meretrices del Compas de la Mancebía en un Arenal que huele al sudor de salitre de la marinería.
Estamos en 1559 y ahora mismo llegan al puerto, entre salvas y cañonazos desde la Torre del Oro, las galeras de Indias con la plata, además de las expediciones al nuevo mundo que traen descubrimientos botánicos, geográficos, marítimos. Sevilla es una ventana por la que el viejo mundo se asoma para contemplar lo que está por venir. Hay un aire de cosmógrafos, de cartas de marear y almanaques lunares, de astrolabios y ballestillas, de centro del mundo donde nacen de las piedras los cómitres y los almirantes.
Viejo mundo y transgresión
En esta ciudad era lógico que se repensara todo lo conocido, que se cuestionaran las doctrinas del viejo mundo. Por eso se fraguó uno de los episodios más transgresores de todo el siglo, un capítulo que resume a la perfección el siglo heterodoxo, el humanismo atrevido.
Pero todo comenzó a declinar al arder en el quemadero del Prado. ¿Cómo fue aquel auto de fe en el que murieron personajes principales de la aristocracia sevillana así como clérigos de San Isidoro del Campo? La ceremonia del auto de fe comenzaba en la víspera cuando partían del castillo de San Jorge en Triana dos procesiones. La primera, la de la cruz verde, llevaba el símbolo del Santo Oficio en andas bajo palio de tela carmesí con varas de plata y tapada con un velo negro que simbolizaba el luto de la Iglesia por la pérdida de cristianos de su seno. Esta cruz se depositaba en el tablado donde se celebraría el auto de fe en la Plaza de San Francisco.
La segunda cruz, que era de color blanco, salía por otra parte y era llevada con mayor sigilo y discreción, porque era la que conducían al quemadero que estaba en las afueras de la ciudad.
Al alba la procesión con los reos atravesaba el puente y pasaba por la Puerta de Triana. La comitiva cruzaba el Arenal y seguía por la Laguna de la Pajería hasta llegar al arquillo de Atocha.
Ya en la Plaza de San Francisco se celebraba el auto de fe con la lectura de las sentencias ante las autoridades de la ciudad. Después, el cortejo se encaminaba al quemadero del Prado. Probablemente, no podemos imaginar lo que allí ocurrió. La Historia lo recuerda y la literatura lo sugiere, pero es evidente que ese horror es demasiado pavoroso. Por eso, los lugares no son inocentes. Recordémoslo al volver a pasear por ellos.