martes, 3 de febrero de 2009

ENTREVISTA A JESÚS CIMARRO

"Este negocio tiene más riesgo que la Bolsa"

El productor teatral ha subido al escenario más de 100 montajes

El País/ FERNANDO NEIRA - Madrid - 03/02/2009

-¿En lo suyo hace falta saber más de negocios o de teatro?

-De las dos cosas. Y de psicología.

Jesús Cimarro no es vanidoso, pero le gusta presumir de cintura. Comenzó a trabajar a los 15 años y con la mayoría de edad fundó su primera empresa de producción teatral. Hoy tiene 43, lo que significa que ha lidiado con centenares de iluminadores, tramoyistas, escenógrafos y, sobre todo, actores y actrices. Y ha salido airoso. "Nuestra materia prima son las personas. Los artistas son un colectivo atípico y susceptible a las fricciones, pero si prevalece el respeto todo acaba saliendo bien", resume.

Fernando Chinarro, gran secundario de toda la vida, dijo de él que era "un jefe inflexible, pero cercano". El destinatario de esas palabras tiene la cita marcada con un post-it en una mesa amplia y aseada, de hombre metódico. Cimarro es un tipo menudo, de mirada vivaracha y curiosa. En lo rápido que contesta se le nota la mucha costumbre que acumula en esto de mandar.

Para su productora actual, Pentación, trabaja más de un centenar de profesionales, responsables de alimentar montajes como Sonata de otoño, Noviembre, Seis clases de baile en seis semanas o Don Juan, el burlador de Sevilla. Dirige el teatro Bellas Artes, preside la Asociación de Productores de Madrid y presume de que su Manual de producción, gestión y distribución del teatro anda por la tercera edición. Parece que encuentra tiempo para dormir a diario, aunque no siempre a pierna suelta. "En ocasiones me ha asaltado el vértigo, sí. He padecido agujeros económicos. Cuando un espectáculo no funciona se pierde mucho, mucho dinero. Pero yo he pagado siempre, aunque me haya tenido que pelear con los bancos para conseguir los préstamos".

Tiene un despacho cuadrado, diáfano, con vistas a la calle de Fuencarral y a la Gran Vía. El emplazamiento no puede ser casual: siempre le gustó estar en el ajo. "De joven ejercía como periodista en mi pueblo, Ermua, en Vizcaya. Las cosas no eran nada sencillas en aquellos años 80, pero yo ya entonces las tenía tiesas con los de Herri Batasuna". Admite un prurito de vocación política que aún no ha podido saciar, y sólo se le descubre titubear cuando se le pregunta si un gran cuadro con una rosa como elemento central encierra una subrepticia filiación socialista. "Eh, no, no", balbucea, "pero los políticos me parecen gente loable, por muy vapuleada que esté esa profesión. Me han tanteado alguna vez, y llegué a pensar si no tendría que replantearme mi vida...".

Mientras no cambie de tercio, lo suyo seguirá siendo nutrir la cartelera de propuestas teatrales. Acumula cerca de 110 en toda su trayectoria -media docena por año- y jura que nunca pretendió asumir un papel distinto al que le corresponde. "Jamás he sentido la tentación de ejercer como actor, director o escenógrafo. Quizás por eso me van bien las cosas. Respeto mucho el trabajo de mis colaboradores; ni siquiera asisto a los ensayos hasta que me lo piden". Prefiere quedarse en su silla haciendo números, trazando estrategias comerciales. Tragando saliva. "Es que este negocio tiene más riesgo que la Bolsa. Si no fuera así, los bancos se dedicarían a la producción teatral. Y ya ve: no es el caso".

Unos coloristas toros picassianos comprados a un amigo en Venezuela atienden a la conversación entre la mesa y los ventanales. Es la otra gran pasión de Cimarro, los viajes. "Nunca quise tener hijos, como opción de vida, y eso me ha permitido conocer mucho mundo con mis parejas. En las Islas Galápagos, Bariloche o Cartagena de Indias, en compañía de mi novia, he experimentado, siquiera fugazmente, la sensación de que nada me preocupe". Viajar sirve, además, para sacar conclusiones y sacudirse ciertos complejos. "Los de quienes piensan que Madrid es una ciudad poco teatrera, por ejemplo. Somos la quinta capital mundial del sector, muy por encima de Barcelona. Y si no lo creen, cojan el avión".

-Oiga, ¿y la crisis?

-¿Quiere saber la verdad? Estoy muy cansado de oír hablar de eso. En 2008 no he perdido público. Lo único es que los bancos me han rebajado las líneas de crédito.

Una cosa es cierta: al teatro, ese eterno enfermito con mala salud de hierro, no le atañe el top manta. "Con crisis o sin ella, la gente necesita salir de cosas y escuchar cosas interesantes, más allá de lo que se bajen por Internet o almacenen en el iPod", razona Cimarro. "Y nosotros, las gentes de la cultura y el entretenimiento, tenemos la obligación de transmitir optimismo".

Durante la charla ha silenciado el móvil, pero al otro lado de la puerta el trasiego es incesante. "Claro que me va la marcha", exclama con esa vivacidad que -rosas al margen- no le abandona. "Disfruto de este trabajo y, además, la competencia me pone. Siempre que sea leal, claro: utilizar pólvora del rey sí que me parece un problema".

Ah, las célebres injerencias del teatro público. "He tenido ofertas de ese sector", corrobora, "pero seguiré diciendo que no". ¿Aunque viviera más tranquilo? "Aun así". Y ofrece un argumento inapelable: "Soy mi propio jefe desde los 18 años. Hago, entre comillas, lo que me da la gana. Y esa sensación de libertad es tan grande, tan reconfortante, que seguiré pagando con gusto el precio que supone".