Las mutaciones de la metrópoli postmoderna girarán en torno al espectáculo y a la categorización de los espacios
El modelo de ciudad que en el Renacimiento promulgó Florencia, con dimensiones abarcables para el ser humano, morirá definitivamente en el siglo XXI. A cambio, la urbe copiará el modelo del macromuseo. Estas son las claves del cambio que vaticinan filósofos y arquitectos.
‘Urbespectáculo'
"Desde el punto de vista arquitectónico estamos viviendo un salto radical. Ya no nos reconocemos en aquella ciudad de cafés literarios de la modernidad. Si nos fijamos en Tokyo, Dubay o Shangai, observamos que son el mejor exponente del espectáculo; como urbes son y se reivindican en él", avanza Luis Arenas, filósofo y coordinador junto al arquitecto Uriel Fogué del I Encuentro Internacional de Arquitectura y Filosofía, que se desarrolla hoy y mañana en la Universidad Europea de Madrid. Más allá de esperar ansiosamente la obra de Warhol o Bacon, la ciudad postmoderna vive y muta según una serie de eventos consolidados económica y políticamente, como los Juegos Olímpicos o las Exposiciones Internacionales. "Los poderes públicos parecen haber asumido sin asomo de crítica que la lógica del capitalismo tardío es la lógica del espectáculo", advierte Arenas.
Conflicto con el poder
Esta mutabilidad basada en el espectáculo opera desde un plano más político que social, lo que se manifiesta en un desencuentro entre el poder que gestiona la ciudad y los ciudadanos que la habitan. Precisamente, este es uno de los problemas más diagnosticado por la filosofía, que el catedrático de Metafísica
Félix Duque resolvería con una mayor penetración de la sociedad en lo público: "No debería ser una imposición jerárquica de arriba abajo, sino que debería beber de movimientos espontáneos de peñas y barrios".
El evento urbani se percibe como una compensación a la gris homologación
Manifestaciones como las protestas contra la guerra de Irak son para el arquitecto Andrés Jaque básicas para expedir la receta de la participación: "Ese rechazo no tenía representación en los discursos públicos y se organizó a través de acciones individuales". Por tanto, lo que hay que activar son canales de participación colectiva, "habilitar un parlamento para posicionarse sobre los edificios que se van a hacer. Y si el edificio es público, debería habilitarse un parlamento público", razona. Una propuesta que contradice al grueso de los procesos constructivos que se dan en la actualidad, en especial aquellos en los que se encarga un proyecto a un arquitecto estrella y acaba erigiéndose en un símbolo de identidad para la ciudad. "Cuando un político quiere un edificio sin polémica, delega en un arquitecto estrella. ¿No sería mejor abrirlo a un debate público?", se pregunta Jaque.
División por usos
Desde un punto de vista formal, la metrópoli vuelve al modelo del museo en la categorización y parcelación del espacio. Según Duque, en dos áreas: el lúdico, en el centro; y el político, en la periferia. "Los verdaderos centros de decisión, de trabajo y hasta de programación de la diversión se disponen more geometrico en los márgenes de la ciudad, reproduciendo la fría lógica del capital", explica.
Cada lugar adopta una estética predeterminada según su funcionalidad; de ahí que las urbanizaciones sean fácilmente reconocibles en el prototipo que reproducen series como Mujeres desesperadas. La mundialización de estos espacios y su reiteración en las metrópolis del primer mundo produce que el ciudadano perciba los acontecimientos extraordinarios -el espectáculo- como una compensación a esa homologación grisácea.
"A medida que las ciudades han ido haciéndose más iguales entre sí, mermando progresivamente sus identidades, se ha hecho necesario emplear recursos publicitarios y mercantilistas para manufacturar tales distinciones. Se trata de poner de relieve distinciones que están más allá de toda diferencia", advierte Kevin Robin, de la City University (Londres). Un planteamiento que se integra perfectamente en la sociedad actual, basada en el simbolismo de las marcas.
La postmetrópoli o por qué necesitamos lugares
Por Massimo Cacciari (filósofo y alcalde de Venecia)
El habitar no tiene lugar allí donde se duerme y de vez en cuando se come, donde se ve la televisión y se juega con el ordenador; el lugar del habitar no es el hogar. Tan sólo se habita la ciudad; pero no es posible habitar la ciudad si esta no está dispuesta para ello, esto es, si no “da” lugares. El lugar es allí donde paramos; es la pausa –el lugar es algo análogo al silencio que viene marcado en una partitura; no hay música si no hay silencio–.
El territorio postmetropolitano ignora el silencio; no nos permite pararnos, “recogernos” en el habitar. Vivimos obsesionados con imágenes y mitos de la velocidad y de la ubicuidad, mientras los espacios que construimos insisten en definir, delimitar, confinar. Necesitamos lugares donde habitar, pero no pueden ser espacios cerrados que contradigan el tiempo del territorio en el que vivimos.
El espacio metropolitano era todavía, por usar una metáfora tomada de la física contemporánea, un espacio de “relatividad restringida”; así, el espacio del territorio post-metropolitano será un espacio de “relatividad general”. Para el territorio postmetropolitano necesitamos la architecturae scientia de la que hablaban los antiguos: capacidad para construir lugares adecuados al uso, que se correspondan con las exigencias y los problemas de su propio tiempo.
Pero un lugar asume un valor simbólico cuando existe entre las personas un ethos común. Es necesario, quizá, comenzar ya a proyectar en voz baja, modestamente, la renuncia a las grandes pretensiones simbólicas que asedian la arquitectura contemporánea. Si esto pueda satisfacer nuestra exigencia de lugares habitables, no sabría decirlo. Sí sé que hoy vivimos inmersos en estas disociaciones que nos hostigan, en medio de contradicciones estridentes que es necesario volver a pensar.