Martes, 17-02-09
De bufón -así se definió en sus memorias- a director de un teatro público. Esta semana abren sus puertas -tras una sonada y excéntrica velada inaugural el pasado septiembre- los Teatros del Canal, un espléndido espacio escénico cuya dirección artística se ha encomendado a Albert Boadella. El creador y director de Els Joglars habla para ABC de las razones que le llevaron a a aceptar la oferta de Esperanza Aguirre y sus intenciones con respecto al nuevo espacio.
-Usted rechazó la dirección de los Teatros del Canal hace cuatro años. ¿Qué es lo que le hizo aceptar esta vez?
-Básicamente ha sido mi relación con Cataluña. He querido buscar otro espacio artístico distinto, otro ambiente cultural también distinto. Cataluña, en los últimos tiempos, me ha provocado auténtica claustrofobia, me sentía encerrado y no me encontraba a gusto.
-Debe de ser terrible para alguien que siempre se ha sentido catalán...
-Y que fue pionero de la reivindicación de la identidad catalana. Uno entra en las cosas con todo el altruismo de la juventud, así entré yo, y posteriormente llegan los arribistas y construyen su «chollo».
-¿Pero estos arribistas tienen nombre y apellidos?
-Yo creo que no. Ha sido la continuidad de una epidemia, la del regionalismo y el nacionalismo, que había quedado zanjada por un régimen y por la guerra; el virus había quedado cristalizado. Pero hubo unos aprovechados que volvieron a poner en funcionamiento el virus, que es muy efectivo y tiene un alcance espectacular. Jugar a la política de los sentimientos es una política fácil, muy rentable, y en Cataluña se han encontrado con unos medios que lo han secundado muy bien y han servido de portavoces de todo ese delirio. Y además ha habido un hecho clave: el momento en el que el Partido Socialista de Cataluña se pasa descaradamente al nacionalismo. Hasta entonces existía una contención, pero en el momento en que el PSC se pasa al nacionalismo, y que el Gobierno del Estado facilita también esta situación, entra lo que yo llamo el régimen. Y entonces se hace invivible para los que no estamos en esta especie de mercado.
-¿Ha habido rechazo por parte de los intelectuales y el mundo de la cultura catalanes?
-El mundo de la cultura se ha plegado totalmente, por razones económicas, por prebendas, al nacionalismo.
-¿Y cómo ha afectado culturalmente esta situación a Cataluña?
-Barcelona ha pasado de ser una ciudad interesante, como lo era en los años setenta, a una capital de provincia.
-Y como una persona de fuera de Madrid que llega aquí, ¿cómo ve a la ciudad?
-Madrid es ahora una gran urbe. Es una ciudad en la que hay un cruce de razas, de culturas, de formas distintas desde el punto de vista artístico, social, político... Madrid es, en este momento, la gran ciudad española. Y nadie reivindica su madrileñismo, a nadie se le ocurre. Si alguien lo hiciera pensarían que está desequilibrado.
-En el mundo del teatro sí hay una corriente que rechaza la «invasión catalanista».
-Hay sectores que empiezan a tener una cierta paranoia y se preguntan qué pasa aquí con los catalanes, que nos están invadiendo en puestos claves del teatro. Pero si mira la historia siempre ha sido así. El maestro Vives, el gran autor de las zarzuelas más castizas, era nada menos que de Collbató, un pueblecito de debajo de Montserrat. Por poner un ejemplo.
-¿Cuáles son para usted las bases de un teatro público como éste, cuál es el espíritu que debe guiarle?
-Pensar que es un teatro pagado por todos y que por lo tanto debe dedicarse a todos los contribuyentes a quienes les gusta el teatro, sea el teatro que sea.Éste es el espíritu esencial, pero con la obligatoriedad de ofrecer siempre unos niveles de calidad, que debe ser el rasgo diferencial de un teatro público. Y después hay otra parte que a mí me parece esencial, que es tener en cuenta el patrimonio. No sólo el histórico, también el patrimonio vivo: los jóvenes autores, directores, gente que no puede encontrar un lugar en los teatros comerciales.
-¿Ha tenido ya reuniones con ellos?
-He empezado con el mundo de la danza, porque aquí hay un centro coreográfico con nueve salas preciosas en las que quiero albergar distintos proyectos, aparte del proyecto del Ballet Nacional de Víctor Ullate. Y me he entrevistado con directores, con teatros alternativos, donde hay cosas que pueden tener cabida aquí.
-La primera temporada que ha programado ¿es el espejo de lo que va a haber?
-Lo que hemos hecho es incluir todos los festivales que se hacían en el Albéniz prácticamente en tres meses y medio y no a lo largo de un año. Pero de todas formas es una temporada que muestra exactamente lo que va a ser: ahí está la idea ecléctica, variada, para muchos públicos distintos.
-¿Va a ser más un centro de acogida que de producción?
-Sí, en general sí. La producción propia es algo muy costoso, y no podemos comernos nuestro presupuesto para programar, muy reducido, en dos producciones para un año. Sí queremos realizar coproducciones con otros centros públicos del conjunto de España.
-El día de la presentación de los teatros se comentó mucho su rápida negativa a la pregunta de si el alquiler de las salas sería gratuito.
-Que la gente tenga una valoración sobre las cosas me parece fantástico. Lo que ocurre es que cuando vengan los distintos proyectos que vayamos a albergar pueden tener una forma indirecta de pago, como exhibir aquí sus producciones. Yo prefiero esta fórmula a que una compañía venga aquí con doscientos euros cada día, por ejemplo. Pero que esto tenga la consideración de que es algo muy caro a mí me parece importante para todos los artistas.
-¿Cómo llega un bufón de izquierdas a dirigir un teatro oficial gestionado por un Gobierno de derechas?
-Yo era de izquierdas cuando había derechas. Pero en el momento en que han desaparecido la derecha y la izquierda, no sé exactamente dónde estoy... Y sí, yo me he llamado bufón muchas veces porque no le he querido dar a mi oficio una especie de sentido aristocrático que mis colegas muchas veces le quieren otorgar. Siempre he dicho que, en trágico o en cómico, en el fondo siempre somos unos bufones de la sociedad, y que no debemos perder la cabeza pensando que somos imprescindibles. Lo digo porque hay mucha gente que se cree la obra que está haciendo, y después habla como si fuera realmente el salvador de la humanidad; en mi profesión ocurre mucho esto. Lo he hecho para autorrebajarme a mí y a mis colegas. Pero es lógico y puede ser coherente que un buen día, con los años, con la experiencia y, por qué no, con una cierta vejez, uno busque la ocasión de poner en práctica aquello que ha visto o ha pensado sobre cómo se debían hacer las cosas en teatro... Siempre a riesgo de que, después de haber criticado tanto, uno acabe haciendo lo mismo que ha criticado. Eso es una tragedia que puede ocurrir con mucha facilidad; pero por lo menos tengo que intentarlo; es un pequeño reto personal y, como ya he dicho, es el acto más cívico que he hecho en mi vida, que ha sido más bien un poco incívica.